Proyecto realizado en residencia en la reserva El Refugio (Río Claro, Antioquia), para el Museo de Antioquia, en el marco de Contraexpediciones, 2014.
Conocí la reserva y su inmensa biodiversidad a causa de mis trabajos de botánica. Llegué al lugar para dibujar especies amazónicas que crecen allí, sumadas a las especies endémicas que se dan solo en suelos de mármol. Debido a la devastación del entorno, la cuenca del río es realmente un refugio, la diversidad es notable: los animales y plantas que habitan en la cuenca del Magdalena se han conservado en el cañón accidentado de este pequeño pero imponente río. Aquí confluyen, como en un nudo, dos fallas geológicas. Esta diversidad parece que se trasladara desde el suelo hacia la superficie, hacia la diversidad bilógica y cultural. Ubicándome en esta última capa de su historia, me hice la pregunta:
¿Cómo podría conservar un rico ecosistema en un país que tiene una idea de progreso que le da lugar a la lógica de la devastación?
La residencia que desarrollé para Contraexpediciones consiste en buscar los antiguos cultivos de cacao que hoy se han integrado al bosque. Estos árboles de cacao son especialmente importantes, porque fueron los que hace 40 años le dieron el título de propiedad sobre el territorio a Juan Guillermo Garcés, quien apeló a la Ley de tierras vigente. La ley une progreso con devastación, porque dice que un terreno baldío del Estado pasa a ser propiedad privada si se hacen mejoras en él. Lo grave aquí es el concepto de mejora, que se reduce a agricultura, ganadería o minería. Lo grave aquí es que conservar una fuente de agua y la biodiversidad no son consideradas acciones que mejoren la tierra, aunque estos conceptos han traído a la región –considerando solo términos humanos– muchos empleos y visibilidad ante la comunidad internacional.
En este caso, el título de propiedad sirvió para proteger la vida de la idea de progreso/devastación y, en esa medida, Garcés es un contra-colono. Apela a las leyes, se inserta en ellas y las trasvierte en función de la conservación. Usa leyes colombianas para proteger la vida, las vidas que aún no son sujeto de derecho en nuestro país. Usa leyes humanas para permitir las leyes de la vida entendida a escala planetaria. Estos árboles de cacao son los seres que sirvieron como instrumento de persuasión de la ley, son ícono de la contra-colonización, son el devenir bosque del cultivo. Nos muestran que la ley puede ir en pro de la vida y que la clave es ser custodios, no propietarios.
La residencia tuvo una etapa de investigación para observar el cacao como especie asociada al humano. Así me remonto a su origen biológico (Amazonía y Chocó) y sigo su historia comercial que comienza realmente con el uso ritual, terapéutico y culinario que se le da a la semilla tostada y molida en América Central. La semilla adquiere un valor simbólico a tal grado que se convierte en moneda de cambio en ese territorio cuando irrumpen los españoles en él. Resumiendo mucho la historia, con el cacao pasa lo mismo que con todas las exploraciones coloniales: después de una etapa de recolección del producto silvestre se intenta hacer cultivos, que terminan dando mejor resultado en las colonias de África y Asia. Las colonias tienen la función de proporcionar la materia prima, mientras que en Europa se hace la manufactura y se tejen las relaciones comerciales. El estado de cosas, en mayor o menor grado, se mantiene así hasta nuestros días. En el caso del cacao, el valor simbólico se transforma en la cultura capitalista pues esta asocia el chocolate (cacao tostado y molido con azúcar y leche) al lujo, el placer y los rituales de la seducción y el amor. En Río Claro, el cacao se relaciona también con el humano, pero lo hace en un sentido opuesto a las lógicas comerciales. Estos árboles de cacao reemplazarán un área del bosque para obtener el título de propiedad, título que paradójicamente les devuelve la posibilidad de ser árboles silvestres, dispersar sus semillas gracias a otros mamíferos, principalmente ardillas, e integrar las lógicas de supervivencia con bacterias, hongos , insectos sin la ayuda de pesticidas. Estos árboles tienen hoy una gran información genética que les ha permitido continuar vivos en condiciones de biodiversidad. Eso me hace pensar que, curiosamente, tal vez el valor más preciado en este mundo globalizado ya no es el oro, es la información genética... Tal vez por esto Río Claro ha sido rápidamente reconocido por los países industrializados. Claro está que ese reconocimiento se encuentra, en todo caso, bajo el manto aprobador de los discursos de la ciencia.
Encontrar los cultivos de cacao (objetivo de la residencia) implicaba atravesar el río nadando. Esa condición determinó los materiales del registro. Recurrí así al concepto de la huella y la escala 1:1, pues ellos dan cuenta del encuentro de cuerpos heterogéneos, de una relación local y táctil que se da en la experiencia. Recurro también a la idea de pliegue, pues en las residencias siempre enfrento el problema de transportar el registro logrado, así que plegar se ha convertido en un recurso plástico asociado a la expedición y al desplazamiento. Llevé entonces dos telas. En una de ellas calco el rastro que el agua dejó en la tela en el trayecto al atravesar el río, y en la otra dibujo las sombras que proyectaba un cacao al mediodía. La intención en ambos casos fue hacer un mapeo de las relaciones locales de esos árboles de cacao. En ellas recolecté y transporté algunas muestras vegetales de los cultivos. Al volver al taller, resalté los pliegues con pintura blanca, apelando de esta manera al lecho de mármol de Río Claro, en donde todas las relaciones entre agua, vida, humanos y cacaos circulan con especial fuerza.